Poco o
nada sabemos de los orígenes de don Ventura de los Reyes y de la Serena, primer
diputado a Cortes por Filipinas en 1812 durante la Guerra de la Independencia.
Por su propio testimonio sabemos que era septuagenario cuando emprendió el
largo viaje de Manila a Cádiz, aunque desconocemos la fecha exacta de
nacimiento. Algunas fuentes citan el año de 1739 y otras el de 1741, y como
lugar de nacimiento se propone Vigan, en Ilocos Sur – donde el militar,
comerciante y diputado tiene una calle dedicada – aunque en los documentos
custodiados en el Archivo General de Indias se le describe como “natural y
vecino de Manila.”
La Enciclopedia Universal Espasa Calpe le describe natural de la provincia de
La Laguna, nacido entre 1740 y 1745 e hijo de un español de nombre ignoto y de
una mujer negra que habría sido esclava.
Sabemos, sin embargo, que fue hijo del rico comerciante gallego y regidor de la
ciudad de Manila, Alberto Jacinto de los Reyes, natural de San Ginés de
Padriñán en Sangenjo, aunque se ignora el nombre de la madre.
En
cualquier caso, después de una brillante carrera en el comercio, don Ventura
amasó una cuantiosa fortuna y se casó, según parece ya en edad más que madura,
con doña Vicenta Monterroso, de la que tuvo nueve hijos. De ellos seis ya
habían nacido cuando sus padres se establecieron en la gaditana Plaza de San
Francisco, nº 91. Nacidos en Manila, fueron Marcos Manuel, nacido en 1796;
Manuel Liberato, en 1797; José María, en 1798; María de los Dolores, en 1799;
María Luisa, en 1800; y José Máximo, en 1804.
Marcos Manuel se trasladó a Méjico, instalándose en Atotonilco el Alto, donde
casó con la mejicana Antonia Zavala Vargas, convirtiéndose años después en abuelo
del famoso pintor mejicano Chucho Reyes. José María acabaría sus días como
oficial del Tribunal de Cuentas de Filipinas, mientras que José Máximo
contraería matrimonio con doña María Matilde Corradi y Costa, con la que tuvo a
Ventura, famoso pintor y fotógrafo afincado en Sevilla, y a Eduardo, ingeniero,
que sería padre del brillante matemático e intelectual don Ventura de los Reyes
y Prósper. María Dolores se casó con el inteligente y problemático don Íñigo
González de Azaola, natural de Burgos, comerciante, terrateniente, botánico y
político en Filipinas que fue a dar con sus huesos en la cárcel en varias
ocasiones por su rechazo al gobierno paternalista español y su defensa de los
filipinos nativos. María Dolores e Íñigo fueron padres de Antonio, que murió
luchando contra los “moros” en 1844; de Nicolasa, casada con el abogado
Fernando de las Cagigas y Fernández de Guevara, mis antepasados, abuelos del
general auditor de la Armada Fernando Berenguer y de las Cagigas, fusilado en
1939; y de Luisa (1824-1899), casada en primeras nupcias in articulo mortis con don José Oyanguren y Cruz, el famoso
conquistador de Davao y en segundas con el alcalde de Manila don José González
y Brenes, de quien tuvo amplísima descendencia hoy repartida por todo el mundo.
Don Ventura y su mujer tuvieron, además, tres hijas que en 1827 eran aún
menores (por lo que don Ventura las engendró ya en la ancianidad) y que se
llamaron María Juana, María de la Paz y María de la Concepción. De ellas sólo
sabemos que María Juana, nacida en Cádiz durante la aventura constitucional, se
casó en la catedral de Manila en 1840 con don Pedro de Porras y Echaves.
Don Ventura desembarcó en Cádiz como diputado con toda su
familia el 6 de diciembre de 1811 y no embarcaría de nuevo hacia Manila hasta
enero de 1815. Su intervención en los debates constitucionales se vio
caracterizada por su denuncia de la abolición de la nao Acapulco y la
suspensión del privilegio exclusivo de la Compañía de Filipinas. Firmó la
Constitución publicada el 19 de marzo de 1812 y popularmente conocida como la
Pepa y su contribución se ve hoy conmemorada en una placa en la fachada de la
iglesia de San Felipe en Cádiz. Sin embargo, la aventura gaditana del intrépido
don Ventura le salió cara. Los costosos viajes y el nivel de vida que llevó en
la Península le dejaron prácticamente arruinado y durante años solicitó
compensación al restaurado gobierno de Fernando VII. Éste no era hombre que se
dejase amilanar por la compasión y, como personaje taimado que era, ignoraba
las peticiones de un hombre que, casi nonagenario, seguía pidiendo compensación
por los esfuerzos hechos en nombre del rey durante el cómodo cautiverio de éste
en Valençay.
El Archivo General de Indias conserva el expediente de
don Ventura de los Reyes. En una primera carta se expone:
Don
Ventura de los Reyes, vecino y del Comercio de Manila, en las Islas Filipinas,
puesto A L[o]s R[eale]s P[ie]s de V.M. con el mayor respeto hace presente: Que
V.M. se sirvió en recompensa de las grandes pérdidas que había ocasionado al
suplic[an]te su viage a la Ciudad de Cádiz en calidad de Diputado en Cortes por
aquellas Islas y teniendo al mismo tiempo en consideraz[io]n su fidelidad y las
pruebas de lealtad y amor que había dado a la R[ea]l Persona de V.M. agraciarle
con la concesión y permiso para poder introducir en todo el distrito del
Virreynato de México y de Goatemala p[o]r los Puertos habilitados del Sur el
valor de 100 dz [cien mil] pesos en efectos de Asia vajo los mismos d[e]r[ech]os
q[u]e paga el Com[erci]o de Manila, retornando a d[i]chas Islas en plata el
producto de su venta, con la calidad de poder usar de esta gracia por partes, y
de que si falleciere el expon[en]te antes de realizarse en el todo, recayere lo
que faltara en beneficio de sus hijos.
Fernando VII, desconfiado por naturaleza, dudaba de la
lealtad de quienes habían estado inmersos en el proyecto gaditano y es por eso
que un informante anónimo le escribe el 16 de diciembre de 1814 que don Ventura
“ha verificado su viage [a Cádiz] desde Manila por la China e Inglaterra con
toda su larga familia haciendo gastos enormes que de ningún modo alcanzan a
cubrir las dietas que no ha cobrado”, y prosigue:
Las
apreciables circunstancias que concurren en Don Ventura de los Reyes son tan
notorias que le hacen acrehedor a la gracia que solicita por ser uno de los
Diputados que más se distinguieron en Cádiz por su declarada fidelidad y amor a
Su Majestad, y su aversión a los facciosos novadores. Es igualmente cierto que
en su larguísimo viage y permanencia en esta Península con la dilatada familia
de nueve hijos, sin percivir cosa alguna por sus dietas, ha consumido su caudal
que no era escaso.
Todo esto lo confirma el mismo
don Ventura en carta a Fernando VII fechada el mismo 16 de diciembre en Cádiz.
En tono humilde, el otrora diputado se queja al rey de que “habiendo yo
verificado esta empresa con toda mi familia, en una edad septuagenaria, desde
la Ciudad de Manila, por la China e Inglaterra hasta esta Ciudad sufriendo los
mayores gastos, sin la menor conpensación, ni aún por el título insuficiente de
dietas y viajes, todavía insólutos.”
Doce años después, don Ventura no había recibido aún su
compensación. La gracia de introducir productos asiáticos en la Nueva España
por valor de cien mil pesos sí que había sido concedida, pero debido a la
subsiguiente revolución de los estados americanos de la Corona, el negocio no
había sido verificado. Por ello, don Ventura, frisando ya los noventa años,
escribe de nuevo al rey desde Manila en carta fechada el 24 de abril de 1827.
La carta, con un tono más altivo que las anteriores, merece ser reproducida
íntegramente:
Don
Ventura de los Reyes, Diputado que fue por las Islas Philipinas en las Cortes
extraordinarias de Cádiz, puesto a los Pies de V.M. dice: Que a su propartida
deseando vuestra Real Munifisencia premiar su fidelidad fundada en las pruevas
que dio de lealtad y amor a vuestra Real Persona en defensa de su trono; y
teniendo también consideración a los crecidos gastos y atrasos que le causó su
viage desde Manila a esa Península según todo consta por R[ea]l Orden de 18 de
Henero de 1815, le concedió el permiso de poder introducir en el Reyno de Nueva
España el valor de Cien mil pesos en efectos de Asia y China; pero como quando
tenía pendientes sus expediciones mercantiles en virtud de dicha gracia en el
Reyno de México, sucedió su insurrección, de aquí resultó que no sólo no ha
disfrutado de las vtilidades que devían producir aquella negociación, sino que
ha perdido todo el Capital empleado en ella, sin esperanza de poder resarcir
tamaña pérdida, por el estado en que se halla dicho Reyno.
No
habiéndose verificado (por desgracia) la consecución del permiso que V.M. se
dignó concederle, queda Reyes sin premio alguno, que será el vnico entre los
Diputados que siguieron la Justa causa, que no reciviese entonces las gracias
que V.M. les prodigó, en Obispados, Canongías, togas y grados en el exército a
los Militares, de modo que todos obtuvieron su correspondiente galardón según
la Carrera que profesavan. ¿Y será posible Señor que el Diputado que a tanta
costa suya se puso desde lo más remoto de vuestros Dominios hasta Cádiz,
desempeñando con la mayor fidelidad su cargo, sea el que hasta ahora se vea sin
el goze de algún veneficio? Señor, V.M. es justo, y no puede creer que haviendo
tan largamente premiado a sus Compañeros en aquella Legislatura, dexe al
presentante sin él, quando su avansada edad ya no le permite el trabajar, ni
servir ningún destino para mantener la crecida familia conque se halla. Por
tanto, Señor, compadeciéndose V.M. de la triste situación a que se ve reducido,
pide tenga a bien señalar a su Esposa Dª Vizenta Monterroso, y tres hijas de
menor edad que son María Juana, María Concepción y María de la Paz de los Reyes,
una pensión de quince p[eso]s mensuales a cada una pagándose por esta
Tesorería, para que así reciba este alivio de su Soberana Dignación.
Dios
gu[ard]e la importante vida de V.M.
En el informe resumido que
antecede a esta carta en el legajo conservado en el Archivo de Indias se puede
leer un escueto “no puede concederse” junto al resumen de la petición. No
parece, por tanto, que Fernando VII se dignase conceder la compensación a quien
tanto había arriesgado y perdido por el bien de Filipinas y de España.
Gloria de los
Ángeles Zarza Rondón, “El rostro de los invisibles:
esclavos hispanoamericanos en
Cádiz al final de la época colonial”, Naveg@mérica. Revista
electrónica de
la Asociación Española de Americanistas [en línea]. 2012, n. 8. Disponible en: