martes, 6 de julio de 2010

Félix Berenguer de Marquina (1736-1826): Gobernador de Filipinas, Virrey de Nueva España




Félix Berenguer de Marquina y FitzGerald (1736-1826):




El triste periplo vital de un hombre honrado que fracasó en casi todo

Vino al mundo don Félix un 20 de noviembre de 1736 en la importante y exótica ciudad costera de Alicante. Cuatro días después, el recién nacido era bautizado en la basílica de Santa María, ceremonia en la que recibió los nombres de Félix, Ignacio, Juan, Nicolás, Antonio, José, Joaquín y Buenaventura y tuvo como padrinos a Juan José Cassafús y Antonia Lope de Aguirre.

Don Félix nació en el seno de una de las familias nobles más influyentes de Alicante en el siglo XVIII, siendo sus padres don Ignacio Berenguer de Marquina y Pasqual de Riquelme, nacido en Alicante en 1703, y doña María FitzGerald y Stanton, nacida en Cork, Irlanda, hacia 1710. El padre, viudo en primeras nupcias y sin descendencia de una prima, Mariana Pasqual y Martínez de Vera, se hallaba “matriculado en el estado noble, habiendo recibido varios oficios”[1] y descendía de los Berenguer de Onil, que probaron nobleza en 1640 y de los Pasqual de Riquelme, antiquísima familia alicantina que había dominado con su fortuna y sus relaciones de parentesco, la escena política de la ciudad portuaria durante varios siglos. Por su parte, doña María FitzGerald descendía del linaje de los condes de Kildare y Desmond, una de las familias nobles más antiguas de Irlanda, de origen normando y con derecho a título de nobleza al menos desde el siglo XIV, habiendo huido su rama a Palma de Mallorca tras la Revolución Gloriosa de 1688, que depuso al católico Jacobo II e instauró a los protestantes Guillermo de Orange y María II.

Como hijo único de una familia noble y adinerada, hemos de suponer que su infancia fue cómoda y regalada, aunque por su carácter disciplinado, estricto y hasta duro, debemos inferir que sus padres educaron al joven con celo y responsabilidad. Sería testigo, en sus años jóvenes, de las reuniones de sociedad, y también visitaría las fincas familiares en los alrededores, compartiendo experiencias y, por qué no, gamberradas con sus numerosos primos: los onilenses Rico, los orcelitanos Pérez de Meca y los alicantinos Pasqual de Riquelme[2].

Su educación debió ser esmeradísima, como prueba su impecable expediente académico posterior y la cercanía al mar debió suscitar en él una curiosidad tornada en pasión que se tradujo en su inserción en el cuerpo de guardias marinas el 30 de abril de 1754, cuando aún no había cumplido los dieciocho años. Tras servir en diversos barcos de guerra tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico, don Félix estuvo un tiempo establecido en Cádiz, donde conoció y se casó (en la catedral en 1758 ó 1760, según las fuentes) con doña María de Ansoátegui y Barrón, natural de la Sirena del Océano, que la bautizara Lord Byron, e hija de don Agustín de Ansoátegui y Fau, gaditano, factor de la Real Compañía Guipuzcoana y juez de comisos de ésta, y de doña Bárbara Barrón y Sánchez, de noble familia de Utrera. De ella tuvo pronto dos hijos: Joaquín, nacido en Cádiz en 1763; y Ana Agustina, también gaditana y nacida hacia 1765.

Con una mente dotadísima para las ciencias y un afán estudioso poco común, pronto don Félix llegóa ser maestro de matemáticas y de astronomía en la Academia Naval de Cartagena, a donde se mudó con su familia, y después director del Cuerpo de Pilotos de la Armada.

Fueron los años ochenta una época dura para don Félix, pues rompió relaciones con sus dos hijos por un tiempo. Joaquín era, al parecer, un joven pendenciero que se relacionaba con “malas compañías”, tal y como el padre explica en una carta en 1787, y se entregaba a constantes francachelas y borracheras con sus amigotes a pesar de haber formado asiento de guardia marina algunos años antes. Cuando por estas mismas fechas, Joaquín se casó con doña Casimira Hidalgo de Cisneros, hija del también marino Francisco Hidalgo de Cisneros y Seijas, enemigo personal de don Félix; y Ana Agustina lo hizo con don Gabriel Císcar y Císcar, el futuro regente, a quien Félix detestaba por sus ideas liberales, éste decidió romper con sus hijos y debió aceptar con ganas su nombramiento como Gobernador de las Islas Filipinas el 1 de julio de 1788.

Félix y su esposa se establecieron en Manila aquel verano y cuando, en 1789, por decreto real, la ciudad se convirtió en puerto abierto a cualquier tipo de producto excepto los de origen europeo, don Félix ideó estrategias económicas y comerciales para potenciar la rentabilidad del puerto. También propuso distintos planes para la reforma de la administración de las Islas, aunque la mayoría no se llevaron a cabo. Cesado el 1 de septiembre de 1793, don Félix aún permaneció en Manila hasta 1795, cuando fue llamado a España para hacerse cargo de la administración de la Armada.

Tras una reconciliación de corta duración con su hijo Joaquín, que le acompañó a principios de los noventa en Manila, el joven había muerto en 1795, dejando viuda y dos hijos pequeños, José y Francisco, y sin tratarse con su padre, cuya reacción al óbito desconocemos. A su vuelta a España, don Félix se reconcilió, sin embargo, con Ana Agustina y su marido, que ya le habían dado tres nietas de las que dos sobrevivían: María Aurora y Joaquina, que era ciega.

Promovido a teniente general en 1799, el 8 de noviembre de aquel año el rey Carlos IV le nombra virrey y capitán general de la Nueva España y presidente de su Real Audiencia. Se rumoreó que su amistad con don Manuel Godoy y una importante suma que habría pagado a éste le consiguieron el puesto, aduciendo algunos autores, para probarlo que, al comunicar a Carlos IV que Berenguer de Marquina había sido nombrado virrey de Nueva España, éste preguntó, perplejo: “¿Y ése quién es?”, dando a entender que don Félix era un oscuro personaje a quien nadie conocía en la corte. Desde mi punto de vista, el comentario del rey sólo prueba una cosa: que don Carlos IV, para no variar, estaba en la inopia, pues don Félix, de sesenta y tres años, teniente general de la Armada con un impecable historial, amigo de Godoy y antiguo Gobernador de Filipinas, no podía ser el personaje desconocido que algunos autores hostiles pretenden que fue hasta su “milagroso” nombramiento como virrey de la Nueva España.

Durante el viaje de Cuba a Veracruz, fue apresado por los ingleses cerca de Cabo Catoche, en la Península de Yucatán. Conducido a Jamaica, fue tratado con gran cortesía, como se desprende de su correspondencia, y, tras algunas negociaciones, pudo retomar su camino, llegando a la Villa de Guadalupe, donde tomó posesión de los cargos de virrey y capitán general el 29 de abril de 1800, haciendo su entrada formal en Ciudad de México al día siguiente.

Algunas de sus primeras medidas fueron encaminadas a frenar el constante expolio al que los galeones españoles se veían sometidos por los ingleses y los estadounidenses, que capturaban barcos y robaban mercancías. Reforzó, con vistas a este fin, los fuertes de Veracruz y trasladó los bienes del puerto a Jalapa, donde los aseguró. El 1 de octubre de aquel mismo año tuvo la triste obligación de ceder el territorio de la Luisiana a la Francia de Napoleón, territorio que los reyes de España habían intercambiado por un minúsculo territorio en Italia para la infanta María Luisa, una de sus hijas. Poco después, Berenguer abolió las corridas de toros, que él aborrecía, pero la medida fue sumamente impopular entre la población.

El 1 de enero de 1801, el Indio Mariano se había rebelado en las montañas de Tepic con la idea de restaurar el imperio azteca bajo la bandera de la Virgen de Guadalupe. Don Félix organizó, junto a Fernando Abascal, presidente de la Audiencia de Guadalajara, la contraofensiva, que fue exitosa, saldándose con el aplastamiento de la revuelta de mano de los capitanes Salvador Hidalgo y Leonardo Pintado. La mayoría de los prisioneros, entre los que no se encontraba el Indio Mariano, fueron perdonados.

Aparte de la prohibición de las corridas de toros antes mencionada, don Félix llevó a cabo otras reformas de índole social muy avanzadas, como el decreto que prohibía pertenecer a un gremio o hermandad si no se vestía decentemente, o la ley que permitía a las mujeres “consistentes con la decencia” trabajar aunque las leyes locales lo prohibieran. A pesar de ser perseverante, honrado y trabajador, don Félix no parecía estar capacitado para su cargo, o al menos eso se colige de las obras de algunos historiadores mexicanos[3]. Sin embargo, Berenguer creía estar siendo boicoteado por Madrid por lo que, tras unos años de sinsabores e intentos frustrados de ejercer su labor de virrey, decidió renunciar, entregando el gobierno a su sucesor, José de Iturrigaray en enero de 1803 y regresando a España casi inmediatamente.

Regresó, junto a su esposa, a Alicante, y allí se reunieron con su hija Ana Agustina, que les había dado otros dos nietos: Manuel, nacido en 1800 y ciego como su hermana Joaquina; y Rafael, nacido en 1801. Pronto seguirían otros dos: Antonio (1804), que falleció en la cuna, y José Mariano (1805), que fallecería a los doce años. Encargado de la administración de la Armada, fueron estos años tranquilos para el antiguo virrey, que disfrutaba de una relajada vejez en Alicante con frecuentes visitas a Oliva, donde residía su hija y, quién sabe si también quizás a Cartagena, donde vivían su nuera Casimira y su nieto Francisco; o a Callosa de Ensarriá, donde vivía su nieto José, que poseía tierras allí, aunque no parece haber sido el caso.

En 1808, sin embargo, con el inicio de la Guerra de la Independencia, todo iba a dar un giro inesperado. Don Félix se posicionó desde un primer momento del lado nacional, organizando la defensa naval desde Alicante. En noviembre de aquel año fallecía su nieta María Aurora, a los diecinueve años, al dar a luz al único fruto de su matrimonio con don José Rodríguez de la Encina y Colomina, Consolación, bisnieta de don Félix. Un año después fallecía otra nieta, la ciega Joaquina, de tan sólo quince años. Mientras tanto, su yerno, don Gabriel, se inmiscuía en política, siendo nombrado miembro de la Junta Central en 1808 y miembro de la Regencia en 1811. Don Félix no veía estos movimientos del yerno con buenos ojos y procuró distanciarse de lo que acontecía en Cádiz. En 1814, don Gabriel Císcar fue detenido por orden de Fernando VII y parece ser que en este año murieron los dos hijos de Joaquín, José y Francisco. El mayor dejaba viuda, Gertrudis Savall, y un hijo, José; mientras que el menor fallecía soltero. Poco después, el 13 de mayo de 1816, moría en Oliva Ana Agustina. Otra desgracia sobrevendría pronto a don Félix, pues su esposa, doña María debió fallecer en algún momento entre finales de los años diez y principios de los veinte.

Asqueado de la vida política, don Félix quiso retirarse a mejor esperar la muerte en su residencia alicantina habiendo alcanzado la venerable edad de ochenta años. Pero ni esto se le iba a conceder: con la proclamación de Riego el 1 de enero de 1820, los agentes liberales irrumpieron en su casa y le obligaron a firmar la Constitución. Cuando en 1823 los Cien Mil Hijos de San Luis reinstauraron la monarquía absolutista de Fernando VII, don Gabriel huyó al exilio en Gibraltar por haber apoyado el régimen liberal, por lo que el nieto ciego, Manuel, pasó a estar bajo el cargo de su valetudinario abuelo, que, también él casi ciego y prácticamente impedido físicamente, fue increpado y zarandeado por las autoridades fernandinas por haber firmado la constitución.

El 13 de septiembre de 1826 fallece también su nieto Manuel, y eso debió ser la gota que colmó el vaso.
A sus ochenta y nueve años, don Félix ha perdido a su esposa, a sus dos hijos y a ocho de sus nueve nietos. Ha fracasado en todas las empresas en las que ha participado y no le gusta el rumbo que toma el mundo. Es hora de hacer testamento, y así lo hace, dejando el grueso de sus bienes, que no son muchos, a su nieto Rafael y una parte a su bisnieta Consolación, pero omite a su nuera, Casimira, que había mendigado del estado desde la muerte de sus dos hijos[4] y a su bisnieto José Berenguer y Savall, que se criaba en Callosa al amparo de su madre y de la familia de ésta. Si ignoró al joven José por pensar que ya estaba “colocado” con las tierras de Callosa (que, por cierto, no habían provenido de don Félix) o si lo hizo por puro desinterés, eso no podemos saberlo. En cualquier caso, aquel longevo perdedor, estricto, sí, pero honrado y trabajador, se extinguió el 30 de octubre de 1826 en su casa de Alicante. Fue enterrado poco después en el castillo de Santa Bárbara en un sepulcro de piedra que él se empeñó en que fuese colocado en vertical y que se halla hoy en día descuidado y muy mal emplazado en un parking del castillo.
[1] Según expediente de limpieza de sangre para el ingreso en el Cuerpo de Guardias Marinas que se conserva en el Archivo Naval de Madrid.
[2] Su primo segundo, Antonio Pasqual de Riquelme y Molina, nacido en 1738 y también bautizado en la basílica de Santa María, sería maestrante de Valencia y, más tarde, III Marqués de Peñacerrada y VI de Beniel.
[3] Lo cual, naturalmente, comprobaré cuando vuelva a Madrid y tenga más tiempo para revisar correspondencia y documentos oficiales archivados en España.
[4] Aunque haciendo honor a la verdad, desconozco si en estas fechas seguía viva.

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