jueves, 23 de agosto de 2012

Certificación de haber sido armado caballero Carlos Berenguer de Marquina, Alicante (27 de agosto de 1640)



Anno ang[e]l[us] Domini Millessimo sexcentesimo quadragessimo die vero intitulato vigessimo septimo mensis Augusti comparegue Carlos Berenguer Marquina em presencia del noble Don Miguel Martines Pasqual cavaller de la orde de nostra señora de montesa, sant Jordi de Alfama y dels not[ari]s y testimonis Infrascrits y feu presentaciò al dit Don Miguel Martines Pasqual de una Real Comissiò de sa Mag[esta]t despachada per chansilleria en sa deguda forma fermada de la Real mà de sa Mag[esta]t ladata en Madrid en huyt del corrent mes de Agost del pr[esen]t any, al qual requerí manasposar en executio tot lo contés en dita Real Comissiò conforme sa Mag[esta]t mana, lo qual prengue en ses mans dita Real Comissiò y besant aquella se la posa damunt lo cap ab l’adsencia que es deu y en executio de dita Real Comissiò lo dit Don Miguel Martínez Pasqual, presehuit les solempnitats acostumades, arma cavaller al dit Carlos Berenguer Marquina de totes les quals coses per mi Esteve Blanco not[ar]i publich de la ciu[ta]t de Alacant et y Regne de valencia foneh rebut acte publich iu modum qui supra eris, en la dita ciu[ta]t de Alacant los día, mes e any sobredits essent pr[esen]ts per testimonis lo doctor Ioan Bap[tis]te Ramón preuere Canonge de la yglesia collegial de dita ciu[ta]t y lo doctor Ignacio Berenguer etiam preuere, de dita ciu[ta]t Vesins.
In quorem fidem ego dictus Stephanus Blanco not[ariu]s [et] supradictus hic meume appono sig [aparece signo notarial de Esteve Blanco)


El escudo de armas que con esta va pintado aunque mal por no aver lugar; a de ser en esta forma que las tores an de tener el canpo colorado y los taus a de ser el canpo dorado y el letrero que está enpesado a escribir a de desir de esta manera et aprehende arma et scutum et veni in adiutorium mihi, advierto no a de ser castillos sino tores lo del canpo colorado y no se stiende el braso con la espada encima va serada.

Archivo de la Corona de Aragón, Consejo de Aragón, leg. 0881, nº 081.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Ventura de los Reyes: Diputado a Cortes por Filipinas en 1812


Ventura de los Reyes: Diputado a Cortes por Filipinas en 1812






Poco o nada sabemos de los orígenes de don Ventura de los Reyes y de la Serena, primer diputado a Cortes por Filipinas en 1812 durante la Guerra de la Independencia. Por su propio testimonio sabemos que era septuagenario cuando emprendió el largo viaje de Manila a Cádiz, aunque desconocemos la fecha exacta de nacimiento. Algunas fuentes citan el año de 1739 y otras el de 1741, y como lugar de nacimiento se propone Vigan, en Ilocos Sur – donde el militar, comerciante y diputado tiene una calle dedicada – aunque en los documentos custodiados en el Archivo General de Indias se le describe como “natural y vecino de Manila.”[1] La Enciclopedia Universal Espasa Calpe le describe natural de la provincia de La Laguna, nacido entre 1740 y 1745 e hijo de un español de nombre ignoto y de una mujer negra que habría sido esclava.[2] Sabemos, sin embargo, que fue hijo del rico comerciante gallego y regidor de la ciudad de Manila, Alberto Jacinto de los Reyes, natural de San Ginés de Padriñán en Sangenjo, aunque se ignora el nombre de la madre.[3]
En cualquier caso, después de una brillante carrera en el comercio, don Ventura amasó una cuantiosa fortuna y se casó, según parece ya en edad más que madura, con doña Vicenta Monterroso, de la que tuvo nueve hijos. De ellos seis ya habían nacido cuando sus padres se establecieron en la gaditana Plaza de San Francisco, nº 91. Nacidos en Manila, fueron Marcos Manuel, nacido en 1796; Manuel Liberato, en 1797; José María, en 1798; María de los Dolores, en 1799; María Luisa, en 1800; y José Máximo, en 1804.[4] Marcos Manuel se trasladó a Méjico, instalándose en Atotonilco el Alto, donde casó con la mejicana Antonia Zavala Vargas, convirtiéndose años después en abuelo del famoso pintor mejicano Chucho Reyes. José María acabaría sus días como oficial del Tribunal de Cuentas de Filipinas, mientras que José Máximo contraería matrimonio con doña María Matilde Corradi y Costa, con la que tuvo a Ventura, famoso pintor y fotógrafo afincado en Sevilla, y a Eduardo, ingeniero, que sería padre del brillante matemático e intelectual don Ventura de los Reyes y Prósper. María Dolores se casó con el inteligente y problemático don Íñigo González de Azaola, natural de Burgos, comerciante, terrateniente, botánico y político en Filipinas que fue a dar con sus huesos en la cárcel en varias ocasiones por su rechazo al gobierno paternalista español y su defensa de los filipinos nativos. María Dolores e Íñigo fueron padres de Antonio, que murió luchando contra los “moros” en 1844; de Nicolasa, casada con el abogado Fernando de las Cagigas y Fernández de Guevara, mis antepasados, abuelos del general auditor de la Armada Fernando Berenguer y de las Cagigas, fusilado en 1939; y de Luisa (1824-1899), casada en primeras nupcias in articulo mortis con don José Oyanguren y Cruz, el famoso conquistador de Davao y en segundas con el alcalde de Manila don José González y Brenes, de quien tuvo amplísima descendencia hoy repartida por todo el mundo. Don Ventura y su mujer tuvieron, además, tres hijas que en 1827 eran aún menores (por lo que don Ventura las engendró ya en la ancianidad) y que se llamaron María Juana, María de la Paz y María de la Concepción. De ellas sólo sabemos que María Juana, nacida en Cádiz durante la aventura constitucional, se casó en la catedral de Manila en 1840 con don Pedro de Porras y Echaves.
            Don Ventura desembarcó en Cádiz como diputado con toda su familia el 6 de diciembre de 1811 y no embarcaría de nuevo hacia Manila hasta enero de 1815. Su intervención en los debates constitucionales se vio caracterizada por su denuncia de la abolición de la nao Acapulco y la suspensión del privilegio exclusivo de la Compañía de Filipinas. Firmó la Constitución publicada el 19 de marzo de 1812 y popularmente conocida como la Pepa y su contribución se ve hoy conmemorada en una placa en la fachada de la iglesia de San Felipe en Cádiz. Sin embargo, la aventura gaditana del intrépido don Ventura le salió cara. Los costosos viajes y el nivel de vida que llevó en la Península le dejaron prácticamente arruinado y durante años solicitó compensación al restaurado gobierno de Fernando VII. Éste no era hombre que se dejase amilanar por la compasión y, como personaje taimado que era, ignoraba las peticiones de un hombre que, casi nonagenario, seguía pidiendo compensación por los esfuerzos hechos en nombre del rey durante el cómodo cautiverio de éste en Valençay.
            El Archivo General de Indias conserva el expediente de don Ventura de los Reyes. En una primera carta se expone:
Don Ventura de los Reyes, vecino y del Comercio de Manila, en las Islas Filipinas, puesto A L[o]s R[eale]s P[ie]s de V.M. con el mayor respeto hace presente: Que V.M. se sirvió en recompensa de las grandes pérdidas que había ocasionado al suplic[an]te su viage a la Ciudad de Cádiz en calidad de Diputado en Cortes por aquellas Islas y teniendo al mismo tiempo en consideraz[io]n su fidelidad y las pruebas de lealtad y amor que había dado a la R[ea]l Persona de V.M. agraciarle con la concesión y permiso para poder introducir en todo el distrito del Virreynato de México y de Goatemala p[o]r los Puertos habilitados del Sur el valor de 100 dz [cien mil] pesos en efectos de Asia vajo los mismos d[e]r[ech]os q[u]e paga el Com[erci]o de Manila, retornando a d[i]chas Islas en plata el producto de su venta, con la calidad de poder usar de esta gracia por partes, y de que si falleciere el expon[en]te antes de realizarse en el todo, recayere lo que faltara en beneficio de sus hijos.[5]
            Fernando VII, desconfiado por naturaleza, dudaba de la lealtad de quienes habían estado inmersos en el proyecto gaditano y es por eso que un informante anónimo le escribe el 16 de diciembre de 1814 que don Ventura “ha verificado su viage [a Cádiz] desde Manila por la China e Inglaterra con toda su larga familia haciendo gastos enormes que de ningún modo alcanzan a cubrir las dietas que no ha cobrado”, y prosigue:
Las apreciables circunstancias que concurren en Don Ventura de los Reyes son tan notorias que le hacen acrehedor a la gracia que solicita por ser uno de los Diputados que más se distinguieron en Cádiz por su declarada fidelidad y amor a Su Majestad, y su aversión a los facciosos novadores. Es igualmente cierto que en su larguísimo viage y permanencia en esta Península con la dilatada familia de nueve hijos, sin percivir cosa alguna por sus dietas, ha consumido su caudal que no era escaso.
            Todo esto lo confirma el mismo don Ventura en carta a Fernando VII fechada el mismo 16 de diciembre en Cádiz. En tono humilde, el otrora diputado se queja al rey de que “habiendo yo verificado esta empresa con toda mi familia, en una edad septuagenaria, desde la Ciudad de Manila, por la China e Inglaterra hasta esta Ciudad sufriendo los mayores gastos, sin la menor conpensación, ni aún por el título insuficiente de dietas y viajes, todavía insólutos.”
            Doce años después, don Ventura no había recibido aún su compensación. La gracia de introducir productos asiáticos en la Nueva España por valor de cien mil pesos sí que había sido concedida, pero debido a la subsiguiente revolución de los estados americanos de la Corona, el negocio no había sido verificado. Por ello, don Ventura, frisando ya los noventa años, escribe de nuevo al rey desde Manila en carta fechada el 24 de abril de 1827. La carta, con un tono más altivo que las anteriores, merece ser reproducida íntegramente:
Don Ventura de los Reyes, Diputado que fue por las Islas Philipinas en las Cortes extraordinarias de Cádiz, puesto a los Pies de V.M. dice: Que a su propartida deseando vuestra Real Munifisencia premiar su fidelidad fundada en las pruevas que dio de lealtad y amor a vuestra Real Persona en defensa de su trono; y teniendo también consideración a los crecidos gastos y atrasos que le causó su viage desde Manila a esa Península según todo consta por R[ea]l Orden de 18 de Henero de 1815, le concedió el permiso de poder introducir en el Reyno de Nueva España el valor de Cien mil pesos en efectos de Asia y China; pero como quando tenía pendientes sus expediciones mercantiles en virtud de dicha gracia en el Reyno de México, sucedió su insurrección, de aquí resultó que no sólo no ha disfrutado de las vtilidades que devían producir aquella negociación, sino que ha perdido todo el Capital empleado en ella, sin esperanza de poder resarcir tamaña pérdida, por el estado en que se halla dicho Reyno.
No habiéndose verificado (por desgracia) la consecución del permiso que V.M. se dignó concederle, queda Reyes sin premio alguno, que será el vnico entre los Diputados que siguieron la Justa causa, que no reciviese entonces las gracias que V.M. les prodigó, en Obispados, Canongías, togas y grados en el exército a los Militares, de modo que todos obtuvieron su correspondiente galardón según la Carrera que profesavan. ¿Y será posible Señor que el Diputado que a tanta costa suya se puso desde lo más remoto de vuestros Dominios hasta Cádiz, desempeñando con la mayor fidelidad su cargo, sea el que hasta ahora se vea sin el goze de algún veneficio? Señor, V.M. es justo, y no puede creer que haviendo tan largamente premiado a sus Compañeros en aquella Legislatura, dexe al presentante sin él, quando su avansada edad ya no le permite el trabajar, ni servir ningún destino para mantener la crecida familia conque se halla. Por tanto, Señor, compadeciéndose V.M. de la triste situación a que se ve reducido, pide tenga a bien señalar a su Esposa Dª Vizenta Monterroso, y tres hijas de menor edad que son María Juana, María Concepción y María de la Paz de los Reyes, una pensión de quince p[eso]s mensuales a cada una pagándose por esta Tesorería, para que así reciba este alivio de su Soberana Dignación.
Dios gu[ard]e la importante vida de V.M.
            En el informe resumido que antecede a esta carta en el legajo conservado en el Archivo de Indias se puede leer un escueto “no puede concederse” junto al resumen de la petición. No parece, por tanto, que Fernando VII se dignase conceder la compensación a quien tanto había arriesgado y perdido por el bien de Filipinas y de España.





[1] http://www.cadiz2012.es/diputados_detalle.asp?id=97&letra=r (consultado 8 agosto 2012); José Antonio Escudero, Cortes y Constitución de Cádiz: 200 años. Volumen 3., (2011),; Archivo General de Indias, Indiferente, 2143B, nº 45.
[2] Enciclopedia Universal Ilustrada, Espasa Calpe, (1926).
[3] Carmen Yuste López, Emporios transpacíficos, (2007), p. 380.
[4] Gloria de los Ángeles Zarza Rondón, “El rostro de los invisibles:
esclavos hispanoamericanos en Cádiz al final de la época colonial”, Naveg@mérica. Revista
electrónica de la Asociación Española de Americanistas [en línea]. 2012, n. 8. Disponible en:
. [Consulta: Fecha de consulta]. ISSN 1989-211X.
[5] AGI, Indiferente, 2143B, nº45.

lunes, 24 de octubre de 2011

'Those Who Reigned in the Highest Places: Pius V, Elizabeth I, Philip II and a Reassessment of the Excommunication Crisis'


This is the introductory chapter to my MA dissertation, recently completed. I hope it makes for an enjoyable read and that the subject triggers in its readers the same curiosity it triggered in me.

1. Introduction: ‘a body that would not know how to live without drinking or eating’

We would die rather than abandon God and our religion, which we cannot uphold without its exercise, in the same manner as a body would not know how to live without drinking or eating.[1]

These are the words of Queen Jeanne d’Albret, the Calvinist ruler of the Lower Navarre, who was trying to ascertain the Reformed character of her measures against the disapproval of Catherine de Medici and the violent opposition of Pope Pius V. The quote encloses the tragedy of the religious upheavals of sixteenth-century Europe: similar arguments with an absolute character were adduced by both sides of the conflict. This kind of religious discourse was not the only common trait to Protestants and Catholics, for intolerance was also the general rule. Europe was immersed in a struggle in which matters temporal and spiritual were hardly ever – and if so, confusedly – separated. The background of this struggle – which had its expression in wars, theological debates, and an explosion of cultural writings – was the gradual consolidation of European nations. In this process, as Patrick Collinson has pointed out, ‘religion was politics, as indispensable a component as military capacity, or bureaucracy or the power to tax’.[2]

In 1526, the Diet of Speyer had introduced the principle of cuius regio eius religio (‘whose realm, his religion’), according to which it was the responsibility and prerogative of a ruler to decide which religion should be established in his lands. This principle had guided many European rulers, such as the German princes – for whom it had been initially intended -, the Scandinavian kings, the Hungarian nobility and, since his first challenge to papal authority in 1528, King Henry VIII.[3] The struggle for power with Rome was thus not unknown to English monarchs when Elizabeth I was excommunicated by Pius V in 1570. Indeed, her father had broken with Rome after many difficult years, and Pope Clement VII had issued a bull in May 1533 exhorting Henry to halt his Reformation and take back Catherine of Aragon on pain of excommunication, but it had never been enforced.[4] Elizabeth’s bull of excommunication was, of course, issued in a very different context and it exhorted her subjects to renounce the allegiance owed to her and depose her, something that eventually never happened. It would seem, at first, that there was a pattern of inertia when it came to papal reactions regarding the reinforcement of the English crown. The bull, known as Regnans in Excelsis because of the opening sentence of the bull, in which Pope Pius describes God as ‘He who reigns in the highest places’, has been referred to by Diarmaid MacCulloch and Geoffrey Elton as ‘unfortunate’, by Christopher Haigh as ‘belated’, by Alexandra Walsham as ‘clumsy’, and by Joseph Lecler as ‘tragic’. [5] There is a general consensus among historians portraying the bull as mistimed, out of touch with its times, a diplomatic failure, ultimately ineffectual, the end of the Queen’s cherished status quo with her Catholic subjects and the beginning of the harshening of attitudes in England towards the latter.

The existing historiography has not varied very much from the interpretation of the bull’s significance that Elton gave in his 1955 work England Under the Tudors. Indeed, his description of it appears to have been the source from which many other historians have fed their views on the publication of Regnans in Excelsis ever since. In his work, Elton states that:

In many ways it [the bull] was an unfortunate document. It was incorrect in canon law, inasmuch as it failed to give Elizabeth a chance to defend herself and pronounced the deposition at once instead of letting a year pass after excommunication; the explanation that Elizabeth was only a ‘pretended’ queen was made nonsense of by the recognition she had received from Rome between 1559 and 1570. The bull displayed a painful ignorance of English affairs, denouncing Elizabeth for taking a title (supreme head) which she had been careful to avoid. The pope published it without reference to Spain, thus depriving himself of the only champion remotely capable of executing it; [...]. Pius V, an austere and passionate Dominican, acted from conviction rather than sense. [...] It involved the English catholics in a dreadful dilemma by ending the long years of compromise. [...] Adherence to the queen meant denial of the bull and the papacy; obedience to Rome meant rejection of Elizabeth and active or passive treason.[6]

In 1961, Muriel St. Clare Byrne would write, following the same line, that with the 1570 excommunication, Pius V had been ‘the individual who made the greatest mistake of all’, ‘playing into Elizabeth’s hands’, and forcing English Catholics to choose between their faith and their state.[7] In his 1967 Papists and Puritans under Elizabeth I, Patrick McGrath reached the same conclusion, calling the bull ‘a stark, uncompromising document’, ‘intended simply to reassure the consciences of Englishmen, who were thought to be eager to rise in rebellion’, and not directed at other rulers with whom the papacy would then organise a joint invasion of England. McGrath also ascribes the ultimate reason for the bull’s publication to the Northern Rebellion – the failure of which the Pope was not yet aware of – and concluded that it posed a conflict of loyalties for English Catholics, who widely ignored it.[8] In a wider, European context, Leonard Cowie wrote in 1977 that Pius V ‘was a poor diplomat; his excommunication of Queen Elizabeth of England and support for Mary, Queen of Scots, his encouragement of Philip II’s policy of religious persecution in the Netherlands and his exhortation to Charles IX of France to take action against the Huguenots, all had disastrous consequences’.[9] This was, too, the conclusion that Patrick Collinson reached much more recently, stating that the bull was ‘a futile gesture, for it did little but increase the insecurity of English Catholics’.[10] In his impressive work on the European Reformations of 2003, MacCulloch considers Pius V’s actions as pope to be ‘marked by political misjudgements born of misplaced zeal’, underlining specifically as such Queen Elizabeth’s excommunication, which was ‘unfortunate’, as ‘it provided a new embarrassment for Catholics instead of helping them’.[11] Richard Rex, in his reference work of 2006 on the Tudors stresses the importance of how, after 1570, ‘it was possible to argue that no good Catholic could be a loyal subject of the queen’.[12] Independently of the consideration of these interpretations as right, wrong, or open to the debate – and we will explore these options shortly – a common trait is plainly visible: none of these interpretations are taking the political background and mindset of the papacy into account. Elton does concede that the papacy considered itself to have been defied and attacked since Elizabeth’s accession, but he does so in passing.[13]

Some efforts have been made, however, to place the excommunication and deposition in their Roman context. In 1955, French Jesuit Joseph Lecler contributed to the debate stating that it was tragic that the Pope was blind to an incipient nationalism – surely an anachronistic concept in this context – that made the bull a document ‘out of date and ineffective’ and ‘a terrible weapon’ in the hands of the Queen that could, and was, used against her Catholic subjects. This was in line with the premises established by Elton, but Lecler then goes on to ask:

What line could he [Pius V] take, indeed, with an opponent [Elizabeth I] who herself on principle confused the spiritual with the temporal? If he limited himself to spiritual sanctions, could he not play the game of a government which threw the whole weight of its political power into the service of heresy?

And he concludes:

[...] to the spiritual revolution manoeuvred by a temporal power the supreme leader of Christendom opposed the use of both spiritual and temporal weapons in defence of the Church [...]. In 1570 Pius V was above all aware of the fact that peaceful means had failed.[14]

This, in the eyes of the Pope, was undeniably true; the Queen was usurping the real power of the Church and God’s representative on Earth, and whether she was calling herself ‘supreme head’ or ‘governor’ of the Church – a point that Elton sustains as crucial in the conflict – was irrelevant from Pius V’s point of view; a mere terminological nuisance. What mattered to him in a practical sense was that Elizabeth had taken over certain powers that pertained only to the heir of the Chair of Saint Peter. And she had done so to promote what was considered by him as heresy and sectarian, divisive schemes. However, Lecler drops the subject soon after having raised it, failing to identify the weight that Tridentine guidelines on matters of such import must have had in the taking of the Pope’s decision.

In agreement with Lecler, Dures stated in 1983 that what the Pope was doing was to exercise the ‘traditional claim of the papal “fullness of power” [the Latin expression in potestatis plenitadine that appears in Regnans in Excelsis]’ when it came to deposing rulers who did not act in accordance with the precepts of the Catholic Church.[15] Much earlier, in the 1920s, Ludwig von Pastor had expressed his own insight into Pius V’s mindset when he wrote that

[...] it was notorious that the English queen could no longer be looked upon as a member of the Catholic Church; according to the medieval idea none but a member of the Church of Christ could rule over a Christian people and in those days of transition medieval ideas still swayed many people even in England.[16]

Pastor’s version is not entirely incorrect, but it is inaccurate in its terminology. In a similar context, the term ‘medieval idea’ was picked up by José Ignacio Tellechea Idígoras in his article on Paul IV’s excommunication process – later aborted – against Charles V and Philip II in the late 1550s.[17] However, the concepts of the Pope’s responsibility towards the Empire and the ‘Universal Monarchy’ of Christendom, and of his supremacy over all matters spiritual – impossible to disentangle from matters temporal in the sixteenth century – were concepts with which the mentalities of both Catholic and Protestant Europeans were very much imbued. Paul IV had refused to acknowledge Charles V’s abdication in 1556 and the subsequent proclamation of Ferdinand I as the new emperor. It was this sort of political interference that Henry VIII had deplored and gotten rid of, and Elizabeth I had taken the English Reformation a step further within months of Mary Tudor’s death. The Pope’s position as the ultimate protector of Christendom, with powers to ‘extirpate, destroy, dissipate, disperse, plant, and build, to the end that he may keep His [i.e. Christ’s] faithful people united in spirit’, as Regnans in Excelsis states, was not alien to Early Modern mentalities. Whether enthusiastically supported, grudgingly accepted, or utterly rejected, the concept was by no means obsolete, out of touch with the times or ‘medieval’.[18] It was, in fact, very much present in the experience of the Counter-Reformation, and the publication of the bull conditioned England’s relations with Rome and Spain for the rest of the century and beyond[19].



[1] Jean-Pierre Babelon, Henri IV, (Paris, 1982), p. 160. “Nous mourrons tous plutôt que de quitter Dieu et notre religion, laquelle nous ne pouvons pas tenir sans exercice, non plus qu’un corps ne saurait vivre sans boire et manger”.

[2] Patrick Collinson, ‘The Politics of Religion and the Religion of Politics in Elizabethan England’, Historical Research, vol.82, no. 215 (2009), p. 76.

[3] Ibidem, pp. 76-77; Diarmaid MacCulloch, Reformation: Europe’s House Divided, 1490-1700, (London, 2003), pp. 164, 274-75, 356; G. W. Bernard, The King’s Reformation: Henry VIII and the Remaking of the English Church, (London, 2005), pp. 26-58, 68-73.

[4] Elizabeth’s siblings had also experienced problematic relations with the papacy. During the reign of Edward VI, they appeared to have been nonexistent or dismissive in both wats, even if the tone of the successive governments of the Dukes of Somerset and Northumberland was unmistakably and aggressively Protestant. Both England and Rome must have been waiting to see what would happen when Edward came of age, an event that would never materialise. In the case of Mary I, it is ironic that her zealously Catholic reign was shadowed by her disagreements with Pope Paul IV, who was intransigently anti-Habsburg and anti-Spanish and would regularly raise objections to some of the Queen’s procedures. See Diarmaid MacCulloch, The Boy King: Edward VI and the Protestant Reformation, (Berkeley and Los Angeles, 2002) and Eamon Duffy, Fires of Faith: Catholic England under Mary Tudor, (London, 2009).

[5] MacCulloch, Reformation, p. 334.; Geoffrey Elton, England under the Tudors, (London, 1955), p. 303; Christopher Haigh, English Reformations: Religion, Politics, and Society under the Tudors, (Oxford, 1993), p. 260; Alexandra Walsham, Church Papists: Catholicism, Conformity and Confessional Polemic in Early Modern England, (UK, 1993), p. 13; Joseph Lecler, Toleration and the Reformation, Vol. II, (London, 1960), p. 359.

[6] G. R. Elton, England Under the Tudors, (London, 1955), pp.. 303-304.

[7] M. St. Clare Byrne, Elizabethan Life in Town and Country, (London, 1961), pp.187-88.

[8] Patrick McGrath, Papists and Puritans Under Elizabeth I, (London, 1967), pp. 69-71.

[9]Leonard W. Cowie, Sixteenth Century Europe, (Edinburgh, 1977), p. 214.

[10] Patrick Collinson, Elizabethan Essays, (London, 1994), p. 231.

[11] Diarmaid MacCulloch, Reformation, pp. 279-80, 334.

[12] Richard Rex, The Tudors, (Stroud, 2006), p. 244.

[13] Elton, England Under the Tudors, p. 303

[14] Joseph Lecler, Toleration and the Reformation, p. 359

[15] Alan Dures, English Catholicism, 1558-1642: Continuity and Change, (Harlow, 1983), p. 15.

[16] Ludwig von Pastor, The History of the Popes From the Close of the Middle Ages. Drawn From the Secret Archives of the Vatican and Other Original Sources. Volume XVIII: Pius V (1566-1572), (London, 1929), p. 196. My italics.

[17] José Ignacio Tellechea Idígoras, ‘Lo que el Emperador no supo. Proceso de Paulo IV a Carlos V y Felipe II’ in José Martínez Millán (coord.), Carlos V y la quiebra del humanismo político en Europa (1530-1558), Vol. IV, (Spain, 2001), p. 182. ‘Era ciertamente no poco medieval la concepción del Papa sobre su responsabilidad frente a la institución imperial’.

[18] Calendar of State Papers and Manuscripts, Relating to English Affairs, Existing in the Archives and Collections of Venice,and in other Libraries of Northern Italy, Vol. VII, 1558-1580, Rawdon Brown and G. Cavendish Bentinck (eds.) , (London, 1890), p. 448-451. See the Appendix for the complete text of the bull of excommunication and deposition in English, extracted from the mentioned source.

[19] Excommunication was also used by the Elizabethan Church. It appears that, at least in the diocese of Gloucester, it was done somewhat arbirarily, affecting negatively the reverence shown to clerics. F. Douglas Price, ‘The Abuses of Excommunication and the Decline of Ecclesiastical Discipline under Queen Elizabeth’, The English Historical Review, Vol. 57, (1942), pp. 106-115.

martes, 18 de octubre de 2011

País de burros

País de burros que no avanzan, que enarbolan banderas y defienden ideas que niegan todo lo humano. Señores, no estamos ni en 1931 ni en 1936. Quizás cuando cada uno empiece a defender sus ideas con una mentalidad correspondiente al siglo XXI, sin necesidad de remontarse a repúblicas, dictaduras, monarquías en las que no se pone el sol, reconquistas o nacionalismos de plastilina, bomba y confección, podamos respetarnos, entendernos y crecer. Yo no sé qué pensarán ustedes, pero a mí estas dos imágenes se me antojan igual de terroríficas.

















jueves, 29 de septiembre de 2011

"Carta a Elvira" (1967), Luis Berenguer Moreno de Guerra (1923-1979)






Me vinieron diez hijos, diez jueves por la tarde,
sin colegio, a contarme la vida con los dedos.
Diez caminos por donde pasear los ideales,
por donde adivinarme providencia,
por donde amarme prójimo a mí mismo
partido en diez pedazos de futuro.
Un aprender a andar, a hablar, de nuevo,
una gracia primera a media lengua,
un padrenuestro recién estrenado en cada año
y diez hijos para hacerme un hombre
cuando apenas a serlo yo aprendía.
Elvirita, que ya tiene suspensos en aritmética,
y quiere que le compre un disco,
para retorcer el baile. Doce años ya,
viendo crecer la casa. Se le rompió un brazo
hace unos años y me quiere más cuando estreno corbata,
cuando - por ser fiesta - me limpio los zapatos.
Luego Violeta, que es la hermana mayor de su hermana mayor.
Cuando la tata sale, se mete en la cocina,
o me hace levantarme de la silla para fregar el suelo
o cambia los pañales a sus tres últimos hermanos.
Es la guapa de la casa y creo que nunca lo sabrá.
Es como una ardilla de once años,
con unos ojos que se los merece.
Pablo, que se va con el Pepe que cuida las vacas,
que se va a buscar nidos con los niños que buscan nidos,
y se sube a las piedras grandes de la sierra
y sueña con ser un pobre pescador de bajerío.
Tiene una caña, una escopeta, una perra podenca,
una burra peluda y es mi despertador
a las cuatro de la mañana, cuando salgo de caza.
Pablo es como mi sombra pequeñita
y su pasión es regalar.
María Luisa es aparte. No es que tenga mimo,
sino que habla despacio.
Cuenta muy bien lo que tiene que contar
y tiene un llorar muy a tono
y unos gestos chicos
como para ponerlos en una casa de muñecas.
Después viene Pedro, que es rubio platino,
independiente, que vive en bañador
nueve meses al año y sin catarro.
Es tan bonito que da pena que crezca, igual que los cachorros
del lobo.
Pedro canta en italiano con muchísima vergüenza
si le doy una peseta, saca los cangrejos de dos en dos
sin llevarse ni un picotazo: serviría para anunciar vitaminas,
leche maternizada, etcétera. Además tiene ciento dieciséis
pecas entre la nariz y los pómulos.
Después de Pedro viene Ana,
que habla demasiado bien para su edad.
Ana llora siempre, por lo que sí y por lo que no,
es un organillo que llora su canción.
Amanece con las gallinas y se acuesta a la hora de los borrachos.
Ana es un problema gritado. Acierta entre diez frascos
con el que tiene ácido sulfúrico, y no se lo bebe
porque el Ángel de la Guarda llama a su hermana Violeta.
Y Rafael. Rafael es como Juan Veintitrés en pequeñito
y viene la gente a verlo dormir. Es azul y rosa
como un melocotón mal pintado.
Luego el Lalo, que cumpliendo estadísticas, nació bizco
y lleva siempre un ojo tapado con esparadrapo.
No sé por qué, sus hermanos le llaman: Bizco, Bizco.
Un día el ojo izquierdo tapado, dos días el derecho
y así hasta que Dios quiera.
Susana tiene un año y once meses tenía
cuando llegó Margarita
como para una carrera de a ver quién era más pequeña.
Son diez como los mandamientos de la ley de Dios,
para contarlos con los dedos.
A mi suegro le dijeron los médicos que Elvira
tenía la matriz infantil. A lo mejor era verdad.
Elvira lo tiene todo infantil, empezando por el sueño,
por el ánimo y por la alegría de los trajes nuevos.
A veces se le pone mal humor y se confiesa de eso.
Como las cluecas, lo único que tiene duro es la palabra.
Cuando por la mañana hay que ir al colegio, hay un cacareo
de zapatos, calcetines, maletas de libros, lávate,
desayuna, que uno no sabe quién lo resuelve.
Menos mal que Dios ayuda, y además de los niños,
cuando paren las perras, hay perritos para variar la vida.
Ja parió diez cachorros en diciembre
para que el corral fuera como la casa:
también ella tiene lucha.
Pero empecé a contar algo de los ideales, de esos
miedos que deben entrar por afirmarse
más en la vida que en la naturaleza.
Yo debía estar rendido de tanto desear
que mis hijos, todos, fueran notarios,
o ingenieros de caminos.
Es un ejemplo de ideal.
Pues no, yo por ahora sólo busco que el Bizco
aprenda a mirar derecho.
También debía preocuparme por las notas
que me saca Elvirita en Matemáticas,
o que Pablo, que resuelve problemas en el aire,
tenga mala memoria y no se sepa el catecismo.
Yo que escribo novelas, entre niños y perros,
debía ser un idealista
y sentir los problemas de la patria.
Pero, ¿por qué, Dios mío, me importará tan poco todo eso?
Los perritos de Ja sí me preocupan,
y los problemas del agua caliente y el agua fría,
de la puntualidad y hasta del orden público.
También me inquieta el Vietnam y el Mercado Común
y el que haya tanto hortera con patente de prohombre.
Me gustaría que las cosas se fueran mejorando poco a poco,
y que el Pepe, el de las vacas, siguiera siendo
amigo de Pablo cuando fuera mayor. Igual que ahora.
Me asustan un poco los profesionales del arte, de la justicia
y de la medicina. Un cirujano debía echarse a llora
al ver un niño en el quirófano. Un juez, al ver a su hermanito
en el banquillo. No sé cómo podría ser, pero ni los médicos
ni los jueces debían cobrar.
Claro que hay que tomar las cosas como vienen
y que los niños harán presente sus futuros como nosotros
lo hicimos y aquí estamos.
Me gusta pensar que los reyes romanos primitivos
labraran la tierra con sus manos, arreando sus bueyes.
¡Pensar que dejaban lo fundamental para ir, un rato, a reinar!
Lo sobrenatural sólo puede crecer sobre las cosas que se tocan
todos los días. San Pedro era un pescador, Jesús un carpintero,
San Pablo hacía tiendas, María iba por agua a la fuente.
En esto envidio a los pobres. Cuando voy a casa de los padres
de Carmen, la tata, esto lo veo claro:
hay que vivir por encima de todo. La civilización, los ideales
civilizados, nos quitan la vida verdadera.
A mí me gustaría ir con mis hijos y con el Niño Jesús
al campo. Pienso que las cosas tristes nacen del club,
del cine, del querer ser importantes.
Todo lo que duele fuera de la carne es una pequeña vanidad
de ambiciosito inútil. Pero lo malo es que gusta la calefacción
y la frigidaire y la luz eléctrica
y también el andar en automóvil.
Por eso, cuando Elvirita estrene su primera faja,
cuando Violeta no friegue para cuidarse las manos,
cuando Pablo empiece su carrera,
cuando María Luisa y Pedro y Ana y Rafael y Eduardo
y Susana y Margarita puedan juzgarme mal por ser ya ellos,
yo me consolaré pensando que fueron ideales
cosas que yo inventé, para enamorar a la novia,
antes que la vida los rompiera.

lunes, 22 de agosto de 2011

Me apetece

Me apetece tener un escriba, un asistente de investigación que me lo dé todo ordenado, un viaje relámpago a Barcelona, otro a Edimburgo, una buena perdiz en escabeche, un copazo de ron a la española (como Dios manda), un chalet en el mar, otro en la montaña, un caballo, una cosecha propia de maría, a Roma conmigo y un ticket ganador del euromillón. ¡Ahí es nada!

viernes, 5 de agosto de 2011

"Soneto de lo que convino advertir a Su Majestad" (c. 1578)


¡Philipe, a tí Philipe! ¿Quién me llama?
La verdad. ¿Qué me quieres? Avisarte.
¿De qué? Que te amenaça el fiero marte
Con hambre, pestilencia, espada y llama.

¿Quién te lo dixo? La parlera fama.
¿De dó? De Flandes y de toda parte.
¿Qué me conuiene hacer? Apresurarte
A abrir esta apostegma que se ynflama

¿Yo no vencí a Selín? Ya está compuesto.
¿No es muerto el de Agamón? Vive el de Oranje.
¿Qué hace España? Llora. ¿Italia? Aspira.
¿A qué? A furor ciuil, si tú muy presto
No mueues el cautíssimo phalange,
Mudando cargos, pasos y la mira.