jueves, 29 de septiembre de 2011

"Carta a Elvira" (1967), Luis Berenguer Moreno de Guerra (1923-1979)






Me vinieron diez hijos, diez jueves por la tarde,
sin colegio, a contarme la vida con los dedos.
Diez caminos por donde pasear los ideales,
por donde adivinarme providencia,
por donde amarme prójimo a mí mismo
partido en diez pedazos de futuro.
Un aprender a andar, a hablar, de nuevo,
una gracia primera a media lengua,
un padrenuestro recién estrenado en cada año
y diez hijos para hacerme un hombre
cuando apenas a serlo yo aprendía.
Elvirita, que ya tiene suspensos en aritmética,
y quiere que le compre un disco,
para retorcer el baile. Doce años ya,
viendo crecer la casa. Se le rompió un brazo
hace unos años y me quiere más cuando estreno corbata,
cuando - por ser fiesta - me limpio los zapatos.
Luego Violeta, que es la hermana mayor de su hermana mayor.
Cuando la tata sale, se mete en la cocina,
o me hace levantarme de la silla para fregar el suelo
o cambia los pañales a sus tres últimos hermanos.
Es la guapa de la casa y creo que nunca lo sabrá.
Es como una ardilla de once años,
con unos ojos que se los merece.
Pablo, que se va con el Pepe que cuida las vacas,
que se va a buscar nidos con los niños que buscan nidos,
y se sube a las piedras grandes de la sierra
y sueña con ser un pobre pescador de bajerío.
Tiene una caña, una escopeta, una perra podenca,
una burra peluda y es mi despertador
a las cuatro de la mañana, cuando salgo de caza.
Pablo es como mi sombra pequeñita
y su pasión es regalar.
María Luisa es aparte. No es que tenga mimo,
sino que habla despacio.
Cuenta muy bien lo que tiene que contar
y tiene un llorar muy a tono
y unos gestos chicos
como para ponerlos en una casa de muñecas.
Después viene Pedro, que es rubio platino,
independiente, que vive en bañador
nueve meses al año y sin catarro.
Es tan bonito que da pena que crezca, igual que los cachorros
del lobo.
Pedro canta en italiano con muchísima vergüenza
si le doy una peseta, saca los cangrejos de dos en dos
sin llevarse ni un picotazo: serviría para anunciar vitaminas,
leche maternizada, etcétera. Además tiene ciento dieciséis
pecas entre la nariz y los pómulos.
Después de Pedro viene Ana,
que habla demasiado bien para su edad.
Ana llora siempre, por lo que sí y por lo que no,
es un organillo que llora su canción.
Amanece con las gallinas y se acuesta a la hora de los borrachos.
Ana es un problema gritado. Acierta entre diez frascos
con el que tiene ácido sulfúrico, y no se lo bebe
porque el Ángel de la Guarda llama a su hermana Violeta.
Y Rafael. Rafael es como Juan Veintitrés en pequeñito
y viene la gente a verlo dormir. Es azul y rosa
como un melocotón mal pintado.
Luego el Lalo, que cumpliendo estadísticas, nació bizco
y lleva siempre un ojo tapado con esparadrapo.
No sé por qué, sus hermanos le llaman: Bizco, Bizco.
Un día el ojo izquierdo tapado, dos días el derecho
y así hasta que Dios quiera.
Susana tiene un año y once meses tenía
cuando llegó Margarita
como para una carrera de a ver quién era más pequeña.
Son diez como los mandamientos de la ley de Dios,
para contarlos con los dedos.
A mi suegro le dijeron los médicos que Elvira
tenía la matriz infantil. A lo mejor era verdad.
Elvira lo tiene todo infantil, empezando por el sueño,
por el ánimo y por la alegría de los trajes nuevos.
A veces se le pone mal humor y se confiesa de eso.
Como las cluecas, lo único que tiene duro es la palabra.
Cuando por la mañana hay que ir al colegio, hay un cacareo
de zapatos, calcetines, maletas de libros, lávate,
desayuna, que uno no sabe quién lo resuelve.
Menos mal que Dios ayuda, y además de los niños,
cuando paren las perras, hay perritos para variar la vida.
Ja parió diez cachorros en diciembre
para que el corral fuera como la casa:
también ella tiene lucha.
Pero empecé a contar algo de los ideales, de esos
miedos que deben entrar por afirmarse
más en la vida que en la naturaleza.
Yo debía estar rendido de tanto desear
que mis hijos, todos, fueran notarios,
o ingenieros de caminos.
Es un ejemplo de ideal.
Pues no, yo por ahora sólo busco que el Bizco
aprenda a mirar derecho.
También debía preocuparme por las notas
que me saca Elvirita en Matemáticas,
o que Pablo, que resuelve problemas en el aire,
tenga mala memoria y no se sepa el catecismo.
Yo que escribo novelas, entre niños y perros,
debía ser un idealista
y sentir los problemas de la patria.
Pero, ¿por qué, Dios mío, me importará tan poco todo eso?
Los perritos de Ja sí me preocupan,
y los problemas del agua caliente y el agua fría,
de la puntualidad y hasta del orden público.
También me inquieta el Vietnam y el Mercado Común
y el que haya tanto hortera con patente de prohombre.
Me gustaría que las cosas se fueran mejorando poco a poco,
y que el Pepe, el de las vacas, siguiera siendo
amigo de Pablo cuando fuera mayor. Igual que ahora.
Me asustan un poco los profesionales del arte, de la justicia
y de la medicina. Un cirujano debía echarse a llora
al ver un niño en el quirófano. Un juez, al ver a su hermanito
en el banquillo. No sé cómo podría ser, pero ni los médicos
ni los jueces debían cobrar.
Claro que hay que tomar las cosas como vienen
y que los niños harán presente sus futuros como nosotros
lo hicimos y aquí estamos.
Me gusta pensar que los reyes romanos primitivos
labraran la tierra con sus manos, arreando sus bueyes.
¡Pensar que dejaban lo fundamental para ir, un rato, a reinar!
Lo sobrenatural sólo puede crecer sobre las cosas que se tocan
todos los días. San Pedro era un pescador, Jesús un carpintero,
San Pablo hacía tiendas, María iba por agua a la fuente.
En esto envidio a los pobres. Cuando voy a casa de los padres
de Carmen, la tata, esto lo veo claro:
hay que vivir por encima de todo. La civilización, los ideales
civilizados, nos quitan la vida verdadera.
A mí me gustaría ir con mis hijos y con el Niño Jesús
al campo. Pienso que las cosas tristes nacen del club,
del cine, del querer ser importantes.
Todo lo que duele fuera de la carne es una pequeña vanidad
de ambiciosito inútil. Pero lo malo es que gusta la calefacción
y la frigidaire y la luz eléctrica
y también el andar en automóvil.
Por eso, cuando Elvirita estrene su primera faja,
cuando Violeta no friegue para cuidarse las manos,
cuando Pablo empiece su carrera,
cuando María Luisa y Pedro y Ana y Rafael y Eduardo
y Susana y Margarita puedan juzgarme mal por ser ya ellos,
yo me consolaré pensando que fueron ideales
cosas que yo inventé, para enamorar a la novia,
antes que la vida los rompiera.

2 comentarios:

  1. No tuve la fortuna de conocer a Luis Berenguer en vida, aunque sí he conocido a sus hijas Elvira y Violeta. Pero cualquiera puede conocerlo a través de esta preciosa Carta a Elvira. Aquí se ve al artista, artista como la copa de un pino, pero sobre todo al hombre bueno.
    Descanse en paz, Luis Berenguer.

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  2. No tuve la fortuna de conocer a Luis Berenguer en vida, aunque sí he conocido a sus hijas Elvira y Violeta. Pero cualquiera puede conocerlo a través de esta preciosa Carta a Elvira. Aquí se ve al artista, artista como la copa de un pino, pero sobre todo al hombre bueno.
    Descanse en paz, Luis Berenguer.

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