miércoles, 27 de abril de 2011

¡Hasta luego, abuelo!


La más pequeña de la familia le conoció como bisabuelo; para nosotros, los primos, siempre fue el abuelo; sus hijos y su mujer le llamaban papá; para otros era Manolo, o Monene. El abuelo podía tener muchos nombres, pero una sola cara: la de su bondad, que mostraba a todos. Como un caballero de los que ya no quedan, el abuelo tenía un corazón noble y era hombre de palabra. Era elegante sin petulancia, educado sin pedantería y cariñoso sin excepción. Él siempre intentaba, cuando surgía cualquier situación, comprender a los demás; y lo hacía con una sonrisa en la boca y con la enorme generosidad de la que siempre fue capaz. Nunca se olvidaba de nuestros cumpleaños y santos y siempre, incluso esta última vez, preparaba con ilusión anticipada los sobres con el correspondiente regalo.

Pero lo mejor de todo era su sentido del humor y a sus nietos siempre nos encantó que fuera tan pícaro y tan travieso. Cuando éramos muy pequeños, en la casa de Costanilla, nos jaleaba hasta que tocábamos los timbres del comedor, para desesperación de la abuela. Era buen contador de chistes malos, como el del loro, y le encantaban las canciones y chascarrillos. Nunca nos olvidaremos de aquello de “me agrada un cementerio de muertos bien repleto”, que dijera Espronceda, o las historias de Solimán y la mora Fátima, de Lope de Vega. No había día que no criticase a los políticos con mucha gracia y divertido escepticismo. ¿Y os acordáis de lo del oso parlante? Nuestros tíos regalaron a los abuelos un teléfono en forma de oso que hablaba y él siempre nos ponía los mensajes que dejaba la tía Pili, que no se enteraba muy bien de lo del contestador, para que nos riéramos.

Sólo queremos que, esté donde esté, tenga una butaca como la suya y buenas calles para darse sus paseos, porque de lo que sí estamos seguros es de que nos está esperando animoso, como siempre, y con un chiste preparado.

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